Y esto es:


Javier Ágreda descubre en el testamento del payaso directas influencias (casi plagios) de Vallejo y Eguren.
César Gutierrez se compadece del difunto y confiesa que lo que ha escrito le parece algo valiente y que la poesía que puede encontrarse en "Aquí murió el payaso" es una poesía auténtica.
(porque César Gutierrez hace juego con su entorno)
Las palabras de aliento continúan. Ambos sepultureros están siendo amables con el texto de un clown muerto.
Por ende, el cadáver de payaso comienza a sospechar que tanto Gutierrez como Ágreda han leído otro libro.
De modo que se ve obligado a aclarar que su libro se llama "Aquí murió el payaso" y no "Las falsas actitudes del agua", dejando en claro que se llama Rafael Robles y no Andrea Cabel.
La decepción en el respetable es evidente.
Robles Olivos, el payaso muerto, se anima a contar un chistecito más a manera de disculpas. Esta vez su sentido del humor sí es valorado (o fue, quizás, una complacencia, un último favor al hombre muerto).
El cadáver, antes de penetrar en su oscuro sepulcro, agradece a todos los que salen en la última página de su libro, repitiendo lo que ya escribió, en una evidente manifestación de improvisación circense.
El dueño del cementerio agradece a todos por su visita, con más palabras de cariño al joven payaso muerto en extrañas circunstancias.
Termina el velorio y la fotógrafa arroja la cámara al piso en un claro intento por llegar primero que todos a la mesa de los bocaditos, obligatorios en toda ceremonia religiosa.
Lo que ella desconoce, sin embargo, es que no alcanzó para comprar nada más que una tumba de papel. Ahí donde murió el payaso mientras la escribía.
Fotos: Ángela Vera Temoche.